Estudio realizado por la Universidad Nacional

Una hormona vegetal sería el ‘salvavidas’ del tomate de árbol producido en Colombia

2 de October de 2025

Cuando las lluvias arrecian en zonas de planicie como el departamento de Boyacá, el tomate de árbol paga las consecuencias: las raíces se asfixian bajo el exceso de agua y hasta el 90% de los frutos se pierden. Ahora, científicos probaron que una hormona que actuaría como escudo protector manteniendo el crecimiento y las hojas incluso en plena temporada invernal.

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En las montañas frías de Boyacá, Cundinamarca y Antioquia –principales regiones productoras de tomate de árbol– las lluvias excesivas saturan el suelo y lo vuelven a este fruto incapaz de drenar. Las raíces quedan atrapadas en un charco invisible y, sin oxígeno, empiezan a marchitarse como si se ahogaran bajo tierra. El desenlace es devastador: las hojas se tornan amarillas, los frutos se desprenden antes de madurar y las cosechas se pueden reducir drásticamente en cuestión de días.

La magnitud del problema se refleja en las cifras. Según la Sociedad de Agricultores de Colombia (SAC), el país produce más de 150.000 toneladas de tomate de árbol al año, y departamentos como Boyacá concentran buena parte de esta producción. Sin embargo, en épocas de lluvias intensas, incluidas las asociadas con el fenómeno de La Niña, las pérdidas se convierten en una verdadera pesadilla para cientos de familias campesinas que dependen de este fruto para su sustento.

Este fruto ha sido poco estudiado, en especial su capacidad para resistir las inundaciones del suelo, por lo que el investigador Diego Alejandro Gutiérrez Villamil, magíster en Ciencias Agrarias de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL), se adentró en el problema describiendo el primer impacto: “con 4 días de inundación la planta ya empieza a colapsar, y después de ese momento el daño es irreversible”.

Experimento a campo abierto con más de 20 plantas de tomate de árbol. Foto: Diego Alejandro Gutiérrez Villamil, magíster en Ciencias Agrarias de la UNAL.

RESISTIR CON AYUDA DE UNA HORMONA 

El experimento detallado por la Agencia de Noticias UNAL, fue sencillo de diseñar, pero exigente en la práctica. En un ensayo a campo abierto en Tunja, el investigador sembró más de 20 plantas de tomate de árbol en materas y luego las sometió a inundación. Así comprobó que el cuarto día es el punto crítico: las raíces dejan de absorber agua y nutrientes, las plantas se asfixian y la fotosíntesis se interrumpe frenando por completo su crecimiento.

El propósito no era solo identificar el momento crítico, sino probar una salida. Así surgió la opción de los brasinoesteroides, una hormona vegetal presente de forma natural en las plantas, pero insuficiente en condiciones de inundación. Con su aplicación externa, el investigador Gutiérrez buscó estimular al tomate de árbol para que generara un escudo en sus hojas capaz de resistir los embates de las lluvias intensas.

La hormona regula el crecimiento de las plantas y tiene una historia particular: la primera vez que se aisló fue en los nabos –ingrediente clave del cocido boyacense– y también en distintas flores. En el experimento, el producto utilizado provenía de un fabricante que obtiene de ellas una concentración baja (0,1 %), ya que conseguirla en estado puro resulta difícil y costoso.

Para evaluar su efecto, el magíster conformó dos grupos: uno sin tratamiento y otro al que aplicó brasinoesteroides en las hojas con dos dosis: 6,7 y 3 mililitros por litro, antes y 24 horas después de inundar las materas. Esto le permitió comparar la resistencia y recuperación de las plantas tratadas frente a aquellas que no recibieron ninguna ayuda.

Los resultados sorprendieron al investigador: mientras las plantas sin protección empezaban a marchitarse y perder vigor a los pocos días, las tratadas con la hormona lograron mantener sus hojas verdes, conservar la clorofila y seguir realizando fotosíntesis incluso bajo condiciones de estrés. Además, produjeron sustancias protectoras como la prolina, un aminoácido que actúa como escudo interno frente al ahogamiento.

Diego Alejandro Gutiérrez Villamil, magíster en Ciencias Agrarias de la UNAL.

HASTA LA RAÍZ

La hormona permitió que el tomate de árbol no se hundiera del todo. Después de la inundación, las plantas tratadas se recuperaron más rápido y siguieron creciendo, algo que no ocurrió con las demás.

“Actualmente los agricultores tratan de hacer zanjas para que el agua fluya y las plantas no se ahoguen, pero esto no siempre es efectivo. Por otro lado, algunos ya usan la hormona pero sin saber cuáles son las concentraciones ideales o en qué momento aplicarla. El estudio es una guía para que lo hagan de manera correcta”, indica el investigador.

Además de alimentar a miles de hogares, el tomate de árbol también se exporta: en 2022 llegaron cargamentos a Países Bajos, Canadá, Bélgica y Rusia. Su peso económico y cultural lo hace símbolo de la agricultura andina, pero también víctima del cambio climático, “que no solo eleva la temperatura, sino que en pocos días concentra lluvias que antes caían en un mes, seguidas de largas sequías”, señala el investigador.

Los científicos advierten que no se trata de una solución mágica. Falta probar la hormona en las raíces y medir su efecto, aunque allí el reto es mayor porque puede diluirse en el suelo y perder eficacia. Aun así, representa una pieza en el rompecabezas de la adaptación agrícola a las lluvias intensas. Lo ideal es combinar un buen manejo del agua con la aplicación estratégica de estas hormonas para obtener cultivos más resistentes.

“Aunque las hormonas aplicadas en las plantas no tienen impacto en la salud humana, para ellas sí son perjudiciales en concentraciones muy altas, pues impiden su crecimiento normal”, explica el experto y puntualiza que, quizá con la ayuda de esta hormona “salvavidas”, los productores de tomate de árbol del país tengan más posibilidades de ganar la batalla contra el exceso de agua que amenaza sus cultivos.

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