Desde sus inicios en la Tierra, el ser humano ha prosperado gracias a su capacidad de adaptación. Transformar sus sistemas productivos, de la recolección de bayas y la caza, para luego establecer cultivos y criar animales para su consumo, hasta desarrollar herramientas y tecnología para mejorar sus variedades y rendimientos, ha sido un constante camino de adaptarse al cambio.
Así lo explicó Bernard Lehmann, presidente del Consejo de la Fundación del Instituto de Investigación de Agricultura Ecológica (FiBL), durante su ponencia en ABIM 2024, donde enfatizó en la adaptación del ser humano desde el punto de vista de la producción de alimentos, especialmente en cómo ha respondido cuando se han agotado los recursos. “La caza y la recolección de frutos eran las principales actividades para asegurar el alimento, el modo de aprendizaje estaba asegurado como una dimensión de supervivencia sobre el agotamiento de los recursos naturales y la necesidad de emigrar, de modo que la naturaleza pudiera regenerarse”.

Bernard Lehmann durante su ponencia en ABIM.
BREVE ACERCAMIENTO A LA TRANSFORMACIÓN DEL SISTEMA ALIMENTARIO
En ese momento, hace entre 50.000 y 160.000 años, la primera reacción del ser humano frente al agotamiento de los recursos era migrar en busca de otro lugar, algo que, llevado a la actualidad, ya no podemos hacer. “Por decirlo de alguna manera esto está en nuestra genética; queremos dejar el lugar para buscar nuevos recursos, porque llegamos ahí en una situación diferente a la actual”.
Luego se sumaron a la caza y la recolección de bayas los cultivos ‘trasladables’, donde surgieron los primeros acercamientos al mejoramiento vegetal. “Más tarde, hace 10.000 años, tal vez 50.000 años atrás, tuvimos el primer paso en fitomejoramiento, en cultivos migratorios o anuales. También en migración y expansión de la zona explotada, lo que era necesario principalmente para atender el aumento de la población y el agotamiento de los recursos”.
ESTABLECIMIENTO DE LA AGRICULTURA
A medida que avanzaba el entendimiento de los sistemas productivos, hace unos 8.000 o 10.000 años atrás, se comenzaron a establecer las sociedades agrarias a través de la agricultura sedentaria, en perímetros agrícolas definidos explícitamente. Este fue también, en cierto sentido, el nacimiento de la propiedad privada, donde se requería de un cultivo respetuoso con el suelo para mantener los rendimientos.
Las ganancias de productividad, por un lado, y las limitaciones debidas a las enfermedades de las plantas, por otro, fueron también el primer paso del control biológico. “La experiencia de biocontrol a través de la rotación de cultivos, y también mediante las comparaciones entre los diferentes sistemas, hicieron que el modo de aprendizaje fuera muy activo en ese momento. La estrategia consistía en gestionar la productividad y ampliar la superficie utilizada”, explica el economista.
En ese momento además tomó mayor importancia el concepto de sostenibilidad y resiliencia, tanto del propio sistema como de su entorno, como forma de gestionar el espacio en donde se desarrollaba la agricultura. Respecto a estos dos conceptos, Lehmann señala que la resiliencia se refiere a la capacidad a corto plazo de un sistema para prosperar frente a los cambios y perturbaciones. En tanto, explica que la sostenibilidad “es la perspectiva a largo plazo de un sistema para seguir teniendo estas funciones sin que disminuya la calidad para las generaciones futuras”.
SISTEMAS INTENSIVOS DE PRODUCCIÓN DE ALIMENTOS
Desde la agricultura romana hasta la Edad Media fue un periodo de intensificación agronómica en términos de cultivos vegetales y cría de ganado, donde se buscó aumentar la productividad. Además se mecanizaron tareas y se comenzó con la rotación trienal de cultivos, pensando en la regeneración de recursos. “Hasta cierto punto, también es una dimensión del biocontrol”, acota Lehmann.
Desde la Baja Edad Media hasta el siglo XIX hubo dos descubrimientos revolucionarios sobre la fertilización. El primero fue gracias a los estudios del agrónomo alemán Albrecht Thaer, quien postuló que el humus era un fertilizante muy importante. Luego llegaron los aportes de su coterráneo, Justus von Liebig, considerado como el padre de la industria de los fertilizantes, por su enfoque en el nitrógeno, fósforo y potasio como minerales esenciales para las plantas. “Al mismo tiempo, Malthus observaba que era muy difícil alimentar al mundo, y que el crecimiento de la productividad siempre es inferior al de la población, lo que crea una presión por producir”.
Llegando a los últimos 150 años, el crecimiento de la población ha sido mucho mayor que en los periodos anteriores. Además, comenzó a aumentar la esperanza de vida de las personas, por lo que términos como fitomejoramiento, aplicación de minerales, fertilizantes sintéticos y fitosanitarios se convirtieron en componentes esenciales de los sistemas alimentarios.
En paralelo, continúa Lehmann, estaba el movimiento orgánico, que introdujo prácticas de agricultura orgánica a mediados de la década de 1920. “Surgieron enfoques que fueron muy importantes -y todavía lo son- sobre biocontrol, manejo integrado de plagas y producción integrada”.
La transformación era necesaria por muchos factores. Para Lehmann, se trata de varios factores como el crecimiento de la población, la escasez de alimentos o la productividad. También influyen los nuevos descubrimientos en tecnología, biología y química, y la dimensión de sostenibilidad y de resiliencia, los que exigieron la transformación para no agotar las fuentes de alimento. “El statu quo nunca fue una solución”, apunta Lehmann. “A menudo oímos que el statu quo ya no es una solución; quizá hoy sea más urgente que antes, pero nunca ha sido una solución en el pasado”.
EL PROBLEMA DE LA PRODUCCIÓN LOCAL
Actualmente se estima que existen más de 700 millones de personas en el mundo que padecen hambre y malnutrición. El ‘problema de este problema’, explica el experto, no tiene que ver con la producción global, sino con la producción local, que se traduce en no tener acceso a los alimentos, en conflictos locales y globales, y en el cambio climático, por mencionar algunos.
Por otro lado, la huella ecológica también puede llegar a ser muy grave en el ámbito de la protección de cultivos, en relación con la biodiversidad y el clima. “Todos somos conscientes de ello, pero no somos muy eficaces a la hora de cambiar estos problemas, nos llevó demasiado tiempo hacerlo y darnos cuenta”, advierte.
DIRECTO AL GRANO: LA NECESIDAD DE SISTEMAS PRODUCTIVOS RESILIENTES
“Diría que el sistema alimentario como tal no es lo bastante resiliente frente a las crisis”, apunta Bernard Lehmann. El experto sustenta sus palabras en la susceptibilidad que experimentaron prácticamente todos los países del mundo con crisis como la pandemia del COVID o tras el conflicto entre Rusia y Ucrania. “Las consecuencias fueron visibles en muchas naciones y en todas partes del mundo”, añade. A esto se suma que los sistemas alimentarios no tienen un diseño sostenible por sí mismos, es decir, requieren de ajustes o correcciones externas, lo cual no es sostenible en el tiempo.
Por si fuera poco, Lehmann agrega que los sistemas alimentarios ponen en peligro la sostenibilidad del medio natural y su resiliencia. “Está claro que la superficie que ocupa la agricultura influye enormemente en el sistema ecológico que la rodea”.
“PRODUCIMOS MUCHO MÁS ALIMENTO DEL QUE NECESITAMOS”
Una premisa más que instalada en la actualidad es la necesidad de producir suficiente alimento para una población que aumenta en cantidad y esperanza de vida. En palabras de Lehmann, el objetivo de producir suficientes alimentos se ha sobrepasado, donde producimos mucho más alimento del que necesitamos. Además, usamos más recursos de los que necesita el sistema para producir esos alimentos.
Otro punto importante que destaca son las pérdidas desde el sistema alimentario. Lo que se destina a alimentación animal es más de la mitad de lo que se produce, pero la conversión a activos como carne o leche es poco eficiente. En ese sentido, Lehmann invita a replantearse la producción de alimentos, subrayando que la estrategia no pasa por producir más, sino por empoderar a las comunidades locales para garantizar la seguridad alimentaria.
ENTONCES, ¿PRODUCIMOS HOY ALIMENTOS SUFICIENTES PARA LAS NECESIDADES DEL MAÑANA?
En un mañana donde se estima que habrá más de 9,5 mil millones de personas en el mundo, una de las grandes preocupaciones a nivel global es si seremos capaces de producir alimentos suficientes para la población, considerando los desafíos actuales y futuros del cambio climático y la disponibilidad de tierra cultivable.
Pero el ‘problema de la producción’ no corresponde a la realidad, dice Lehmann, y va más allá. “Incluso si el consumo mundial de productos animales se mantiene al nivel actual, hoy ya se producen más calorías y proteínas de las que necesitan más de 10 mil millones de personas”. El verdadero problema, destaca, no es la falta de producción, sino la distribución de los alimentos en el mundo.
¿APROVECHAMOS LO QUE PRODUCIMOS?
“Tenemos que tener en cuenta que en nuestras tierras de cultivo alrededor del mundo producimos mucho más de lo que necesitamos”, continúa Lehmann.

Ruta de la energía vegetal comestible del campo al plato. Adaptado de https://doi.org/10.1525/elementa.310.f1.
La figura muestra los flujos globales de energía alimentaria para 2013 en kilocalorías/persona/día (kcal/p/d donde 1 kcal= 4,2 kJ). Se producen 5.935 kcal/p/d de cultivos directamente comestibles por el ser humano junto con 3812 kcal/p/d de materia vegetal ingerida por otros animales pero no directamente digerible por el ser humano. Esto da un total de 9.747 kcal/p/d, el cual es más de cuatro veces superior a las necesidades energéticas alimentarias medias para una vida sana de 2353 kcal/p/d.
El experto acota que hay pérdidas difíciles de evitar, como un porcentaje de lo que se pierde durante los periodos de cosecha y poscosecha, pero reitera que el problema no recae sobre la producción global, sino en la producción local y el acceso al alimento.
Ahora, si observamos el mismo esquema desde el punto de vista de la producción de proteínas, la diferencia es muchísimo mayor. Frente a esto, Lehmann señala que “es hasta cierto punto un escándalo producir tantas proteínas con todos los fertilizantes, los fitosanitarios, y utilizar tan pocas proteínas para las necesidades nutricionales de la población”.
Desperdicio y pérdida de alimentos, distintas preocupaciones según la región
Cuando se trata de las pérdidas y desperdicios de alimentos, Lehmann explica que hay diferencias entre lo que pasa en el ‘Norte global’ y lo que pasa en el ‘Sur global’. El norte enfrenta desafíos mayores respecto al desperdicio de alimentos, mientras que el sur concentra su foco en la pérdida de alimentos, por lo que la estrategia también debe ser distinta, con medidas concretas para cada región. “La pérdida y el desperdicio de alimentos se producen principalmente cerca del consumidor en las regiones desarrolladas, y cerca del agricultor en las regiones en desarrollo”, agrega.
POSIBLES SOLUCIONES A FUTURO
Dentro de las conclusiones que han propuesto organizaciones como el Comité de Seguridad Alimentaria Mundial de la ONU, se encuentra reforzar los sistemas alimentarios urbanos y periurbanos. “Además, hay que considerar acciones para reducir las brechas socioeconómicas, lo que tiene que ver con la seguridad alimentaria de los más vulnerables”, señala Lehmann.
La agroecología y otros enfoques innovadores para agricultura sostenible asoman como piezas fundamentales para mejorar la seguridad alimentaria y la nutrición de la población mundial. “La agroecología en sus trece dimensiones contribuye enormemente al sistema alimentario. El biocontrol, en un sentido amplio de la definición, es una parte importante de esta agroecología”, agrega el economista. No obstante, subraya que un aspecto por sí solo no es la solución, sino que se debe mirar el sistema alimentario de manera integral para mejorarlo.
Entonces, ¿qué está frenando la transformación? “La resistencia al cambio es perfectamente normal”, procede el experto y añade que no es solo una cuestión de mala voluntad. “Es un interés legítimo para quienes han invertido mucho en los recursos en el pasado. También se trata de puestos de trabajo, de convicciones que habría que abandonar”. Para motivar y reducir la aversión al riesgo, Lehmann sugiere mostrar perspectivas para los inversores y oportunidades de negocio.
ENFOQUES DIVERSOS PARA TRANSFORMAR LOS SISTEMAS ALIMENTARIOS
Lehmann postula que la pregunta que hay que atender con premura es ¿qué transformaciones necesitamos para cambiar los sistemas alimentarios?, ¿necesitamos más o necesitamos lo mismo producido de manera más sostenible? Frente a lo que hay dos tendencias marcando el cambio.
Cambios graduales: Influenciado por el mundo político, este enfoque propone exigencias medioambientales más estrictas para la protección de cultivos, que incluye la prohibición de principios activos. Además, busca incorporar más prácticas de manejo integrado de plagas, de adaptación al cambio climático, y considerar la agroecología dentro del sistema. La narrativa de este enfoque es la necesidad de alimentar al mundo, buscando también reducir la pérdida de alimentos. “Los cambios incrementales son el resultado de los intereses en los debates de los parlamentos y en los gobiernos. La ciencia exige cambios audaces y el mundo real va dando pequeños pasos en cambios graduales”, dice Lehmann.
Cambios sustanciales: Esta perspectiva busca impulsar las innovaciones, la práctica de la agroecología a gran escala y en sus trece principios, y fomentar el control biológico. Considera también medidas como la mitigación del cambio climático, adaptación y protección de la biodiversidad. Quizá el aspecto más importante de este enfoque y que trasciende la charla de Bernard Lehmann, es la importancia de la producción local significativa, donde se promueve que la distribución de alimentos se haga de manera regional y no global. La narrativa se basa en que la transformación beneficia más a los más vulnerables, al medio ambiente y a la salud humana.
PUNTOS DE CONSENSO
Económicamente hablando, las convicciones por los métodos químico-sintéticos en la agricultura se caracterizan por la simplicidad, donde existe un acceso bastante fácil a los conocimientos técnicos. El ‘pero’ de este punto son las cada vez más ampliadas resistencias frente a fitosanitarios y sustancias que ya no están aprobadas, obligando a los productores a modificar sus programas de manejo.
Respecto a lo anterior, el economista ofrece un ejemplo de Suiza, donde el gobierno federal estaba promoviendo la prohibición de seis sustancias químicas activas. El sindicato de agricultores criticó la moción, apuntando a que las prohibiciones crearían brechas en la protección de cultivos. “Lo que tengo que decir aquí como persona privada, es que nunca se menciona que haya una solución alternativa. Estamos completamente encerrados en la vía que teníamos en el pasado”.
En cuanto a las convicciones respecto a los métodos de biocontrol en la agricultura, tienden a percibirse como soluciones bastante complejas de entender y aplicar, menos eficaces que su contraparte química y económicamente arriesgadas e inciertas. “Los beneficios no están internalizados, pero son soluciones positivas que nos permiten proteger mejor el medio ambiente y es una enorme contribución a la sostenibilidad y a la resiliencia”.
PONER A LOS AGRICULTORES EN EL CENTRO
Bernard Lehmann señala que los productores deben estar en el centro del sistema alimentario, ya que son quienes permiten su puesta en práctica en primera instancia. “Al agricultor se le empuja fuera del sistema con imposiciones como las prohibiciones de principios activos. Y se le saca de la zona de confort, por lo que pierde la capacidad para resolver problemas, quedando en una situación difícil”.
Según explica, existe un ‘vector de retención’ dentro de los sistemas alimentarios, que tiene que ver con la ruta segura que ofrecen los métodos clásicos de practicar la agricultura y la que muchos sectores, especialmente el privado, terminan eligiendo. “De alguna manera esto sigue siendo el refugio seguro para muchos, a pesar de las adversidades”, sostiene.

Adaptado de la presentación de Bernard Lehmann en ABIM 2024.
A pesar de esto, añade que los agricultores no están solos al momento de la toma de decisiones y actualmente cuentan con mayor y mejor información al momento de comprar insumos, lo que suma un valor agregado. “Muy a menudo, los servicios de extensión son privados y vinculados a la venta de productos, a la formación profesional o a la investigación agrícola”. Además, subraya que gran parte de la inversión se destina a productos químicos, mientras que una parte aún pequeña se dirige a la investigación y desarrollo de soluciones alternativas.
Otro aspecto importante que recalca Lehmann y que se observa claramente en el ecosistema comercial en los últimos años, es que muchas compañías tradicionalmente químicas han desarrollado brazos comerciales de bioinsumos. “Es importan-
te que entendamos que las empresas necesitan una gallina de los huevos de oro para financiar las nuevas innovaciones, pero muchas veces esta se queda por muchos años en el negocio”, explica sobre separar ambas divisiones una vez que la línea emergente se establece.
OPORTUNIDADES DE NEGOCIO PARA IMPULSAR EL BIOCONTROL
Como menciona Lehmann durante su ponencia, es importante tener varias perspectivas y buscar oportunidades de negocio para incluir cada vez más el biocontrol en la agricultura. Abordando el marco legal, señala un reporte del Instituto de Política Medioambiental Europea (IEEP, por sus siglas en inglés), que critica el hecho de que el marco jurídico no es suficientemente fuerte en la comunidad europea.
Si bien el informe identifica los beneficios del biocontrol como una alternativa a los métodos fitosanitarios perjudiciales para el medio ambiente, enfatiza en la ausencia de una definición legal clara de biocontrol y su importancia para el manejo integrado de plagas y la agricultura ecológica, “lo que pone de relieve la necesidad de un enfoque sistémico a nivel de la UE”.
Dentro de las sugerencias del IEEP, está el reconocimiento de las implicaciones no tóxicas del biocontrol como incentivo de uso, realizar una definición de biocontrol para entregar mayor claridad, y explorar oportunidades de alineación con metas de sustentabilidad como el Pacto Verde Europeo. “Tal vez no estén de acuerdo con este punto, pero el hecho es que este marco legal, según este informe, no es lo suficientemente eficaz para impulsar los incentivos y el apoyo a los métodos de biocontrol”, asegura Lehmann.
CAMBIAR LA COMUNICACIÓN Y PASAR A LA ACCIÓN
Para Lehmann, el marco legal aborda dos visiones distintas. Los métodos clásicos tienen la ventaja de tener un carácter privado, mientras que sus desventajas tienen que ver con los desincentivos públicos que los frenan, como las prohibiciones de sustancias. En ese caso, el marco legal se resume en simplicidad, efectividad y ventajas económicas.
Por el contrario, los métodos relacionados al biocontrol tienen ventajas de carácter público y desventajas privadas. Un incentivo para estos métodos es la investigación, y se resumen en complejidad, soluciones a largo plazo y ventajas para la seguridad alimentaria sostenible.
Respecto a los incentivos para los métodos de biocontrol, Lehmann explica que estos por sí solos no son suficientes, y agrega que “algo que tenemos muy poco en la gran mayoría de países del mundo son impuestos a las sustancias químicas”. Y agrega que sumar este tipo de impuestos haría que los métodos de biocontrol tuvieran incentivos -entendidos como investigación- por un lado, e ingresos por el otro lado, que servirían para financiar dicha investigación.
A modo de cierre, el especialista recalca que “debemos dejar de decir que tenemos que alimentar al mundo y legitimar los métodos clásicos. Está claro que producimos más de lo que necesitamos”. Las medidas correctivas propuestas, continúa, bajo ninguna circunstancia ponen en peligro la seguridad alimentaria de la población, al contrario, la fortalecen. “Además alivian al medio ambiente y apoyan la producción y suministro sostenible de alimentos”.
Para Bernard Lehmann, es necesario una mejor explicación y comunicación sobre los métodos de biocontrol, que permitan su entendimiento global. Y vuelve al ejemplo del gobierno federal suizo, donde agrega que “sería un éxito si la declaración del sindicato de agricultores hubiera dicho: tenemos soluciones alternativas, pero necesitamos más apoyo para estas soluciones”. El economista cree que este es un componente fundamental en la comunicación sobre el control biológico en el futuro. “Necesitamos más investigación en biocontrol y menos en formas de cómo reducir el uso de pesticidas clásicos o sobre qué hacemos con las prohibiciones”, finaliza.