Decir que Brasil es el país que lidera la adopción de bioinsumos agrícolas en todas las categorías no es nuevo ni sorprendente. Lo que sí puede sorprender es el cultivo que impulsa la aplicación de soluciones biológicas. ¿En qué cultivo pensaría usted? Podría ser la soja o el maíz, pero no, según información de Kynetec, es la caña de azúcar, que ocupa el primer lugar en adopción y frecuencia de uso de estos productos.
Un cultivo que no solo en Brasil impulsa estudios en torno a los bioinsumos, también en México, como es el caso de la Dra. Altagracia Reyes, investigadora del Instituto Nacional de Investigaciones Forestales, Agrícolas y Pecuarias de México, INIFAP. En el Pacífico Centro, en el Campo Experimental de Tecomán, en Colima, la Dra. Reyes trabaja en la línea de biofertilizantes, donde llegó, dice, gracias al ingenio y la necesidad, en 2012.
“Realmente fue por una demanda de los productores y del ingenio. Trabajo en una línea transversal que es biofertilizantes, pero específicamente en caña de azúcar. Llegué por una demanda del ingenio, de cómo producir mayor cantidad de biomasa para tener una mayor producción de etanol”, explica y menciona investigaciones desarrolladas en Brasil como referencia para su trabajo.
La caña de azúcar es altamente demandante en nitrógeno. Precisamente, para lograr una mayor producción de biomasa, lo que se busca es buen aporte de este elemento. “Buscamos alternativas sustentables como son los microorganismos fijadores de nitrógeno atmosférico”, apunta la Dra. Reyes, quien durante sus estudios de doctorado en la Universidad de Concepción, en Chile, comenzó a trabajar con microorganismos, bajo una necesidad específica propia. “Para trabajar fijadores de nitrógeno atmosférico de vida libre, y con una idea de trabajar microorganismos solubilizadores de potasio, muy ligado a la parte de dulzura en la caña de azúcar”.
OPORTUNIDAD A PARTIR DE UNA NECESIDAD
En 2019 retorna a México para trabajar en proyectos de investigación enfocados en el uso eficiente de nutrientes. Unos meses después llegó la pandemia del Covid-19, que dentro de sus muchas consecuencias supuso una crisis logística en la oferta de fertilizantes, especialmente en América Latina.
El aumento significativo de los precios y la preocupación de los agricultores por lograr mantener sus rendimientos, hizo que muchos productores comenzaran a echar mano de ‘prácticas verdes’ que tenían a su alcance. Compost, humus, incorporación de materia orgánica y microorganismos comenzaron a tener mayor protagonismo en los campos de la región, donde pudieron demostrar sus beneficios.
“Como no somos una región productora de fertilizantes, se convirtió en una necesidad trabajar con biofertilizantes. Estaba la demanda por seguir siendo productivos, pero sin depender de los fertilizantes”, recuerda la investigadora.
RESPONDER A LAS DEMANDAS Y NECESIDADES DE LOS PRODUCTORES
En el INIFAP se alinean bajo tres pilares: investigación, capacitación de técnicos y respuesta a las necesidades de los agricultores. Como parte de esto último y en línea con el desarrollo sostenible de la agricultura, el Inifap cuenta con el biofertilizante ‘Micorriza Inifap’, uno de los que más se ha establecido y evaluado en México.
“En el Inifap se hacen aislamientos, identificación, preservación, selección de los microorganismos, posteriormente la evaluación y la generación de biofertilizantes”, explica la Dra. Reyes. Además de buscar incrementar los rendimientos de los cultivos, buscan desarrollar soluciones y tecnologías sustentables y rentables. “En nuestros estudios, además de checar aspectos como el rendimiento, los efectos en la nutrición de las plantas o en la fertilidad del suelo, también se busca la parte costo-beneficio”.
Además de ‘Micorriza Inifap’, la especialista destaca que existen diferentes evaluaciones con microorganismos, con el potencial para hacer biopreparados que se transformen en soluciones biológicas comerciales.
DESARROLLAR UN BIOFERTILIZANTE, UN PROCESO DE MÁS DE DOS AÑOS
Como en toda solución biológica a base de microorganismos, el proceso de desarrollo comienza por saber qué es lo que se está buscando. “Podemos querer promotores de crecimiento, fijadores de nitrógeno, solubilizadores de fósforo o de potasio, en fin, primero tenemos que definir lo que queremos para luego buscarlo y seguir con el proceso”.
Posteriormente seleccionan el cultivo en el que quieren evaluar el microorganismo y la región geográfica que quieren impactar con el desarrollo. “Lo ideal cuando se busca hacer un biofertilizante, es que sea de cepas endémicas de la región donde se va a utilizar”, acota la Dra. Reyes. Es decir, las condiciones edafoclimáticas son fundamentales para garantizar que los microorganismos funcionen en distintos cultivos y regiones geográficas.
En el caso de frutales, la investigadora apunta que trabajan con microorganismos de vida libre, es decir, que no requieren a la planta para completar su ciclo biológico. “Decimos que estos microorganismos tienen un sinergismo de protocooperación. Cuando hablo con los productores les digo que es como tener un matrimonio sano, que están casados pero no depende el uno del otro y se potencian los beneficios que entregan”.
Para seguir con el proceso, se realizan colectas de suelo rizosférico y de plantas para analizarlas en el laboratorio, donde se diluyen, limpian, cortan y se siembran en medios de cultivo para ver qué microorganismos son los que se van a desarrollar. Luego, se identifican las colonias en base a color, forma, tamaño, cepa, entre otros aspectos. Una vez seleccionadas las cepas, se secuencian para su identificación y se realiza un ‘screening’ completo que entrega toda la información necesaria para conocer el potencial del microorganismo como biofertilizante.
Un aspecto característico al trabajar con microorganismos es que, a medida que se va avanzando en el proceso, muchos que inicialmente presentaron potencial como posibles bioinsumos, van quedando fuera de la selección. “Puedes partir con 200 aislados que luego de los primeros trabajos en laboratorio quedan en 100. Después realizas un screening más específico y te puedes quedar con 20 en el laboratorio”, ejemplifica la especialista.
Cuando ya se hicieron todos los estudios y secuenciaciones, y se identificó el microorganismo, se pueden hacer estudios en condiciones controladas en plantas para estudiar su comportamiento. En el caso de los consorcios, se hacen pruebas de compatibilidad entre microorganismos para asegurar que no son antagonistas.
“De ahí viene un proceso en que hay que multiplicar nuestro biofertilizante para tener una dosis adecuada y probarlo en campo. Ahí entra un químico o biotecnólogo para diseñar el mejor medio para que el producto esté protegido”, señala la Dra. Reyes. Finalmente, dice la especialista, “durante la formulación se provee al producto las condiciones para que los microorganismos estén latentes y sobrevivan cuando los aplicamos en campo, un punto de quiebre para que los biofertilizantes funcionen”.
TRABAJAR JUNTO A LOS PRODUCTORES PARA QUE CREAN EN LOS BIOINSUMOS
Si bien son cada vez más los agricultores que suman soluciones biológicas dentro de sus manejos agronómicos, aún hay algunos que se mantienen reticentes a estas alternativas. “Existe todavía mucho desconocimiento en cómo y cuándo aplicarlos. Todavía tenemos que convencer al productor que esto realmente funciona y da buenos resultados”, sostiene la experta.
Su recomendación para evitar esto es continuar haciendo análisis de suelo que den cuenta de su fertilidad microbiológica. “Normalmente vemos la parte de nutrimentos químicos y no analizamos la relación carbono-nitrógeno, potasio fijado, cantidad de materia orgánica, etc., entonces desde que aíslas el microorganismo hasta que le puedas decir al productor que la solución está aumentando su rendimiento, es un proceso que requiere de muchos actores que trabajen en conjunto para que haya confianza en el producto”.
DISMINUIR EL USO DE FERTILIZANTES QUÍMICOS, NO SE TRATA DE ELIMINARLOS
Otro aspecto importante que la Dra. Reyes destaca cuando se trabaja con este tipo de soluciones, que buscan disminuir la carga química de los cultivos, es saber cómo y cuándo hacer los cambios. “Hay que disminuir la cantidad de fertilizante químico que se le está proveyendo a la planta para que pueda dar una señal y asociarse con el microorganismo del biofertilizante. No se trata de solo quitar el químico, tienes que saber en qué etapa fenológica del cultivo hacerlo y qué tanto le vas a quitar. En México se trabaja mucho la transición agroecológica, y como lo dice el nombre, no es quitar el fertilizante químico y poner el biofertilizante, se debe trabajar como complemento con más acciones como el manejo sustentable del suelo, un aumento de la materia orgánica, un buen drenaje, etc., porque son entes vivos que necesitan sobrevivir”.
La experta subraya que el aumento de rendimiento que permiten los biofertilizantes se verá siempre y cuando su aplicación se realice basada en un buen asesoramiento técnico, conociendo las condiciones del suelo, la fenología del cultivo, entre otros factores que influyen en los resultados que se puedan obtener.