El mexicano Eliseo Santos se quería sumar al ‘boom’ del tomate. Hace unos diez años, en su huerto en Puebla, inició la producción de esta hortaliza para exportar. No obstante, los problemas fitosanitarios obstaculizaron sus planes. Enfermedades como Phytophthora, Fusarium y Rhizoctonia se transformaron en un obstáculo. Su primera reacción fue enfrentarlos con los productos químicos disponibles en el mercado. “No obstante, con cada temporada, estas enfermedades se hicieron más resistentes e impedían que el fruto expresara su verdadero potencial”, dice Santos.
Ahí fue cuando buscó resolver el problema desde la raíz. Literalmente. El agricultor buscó una solución basada en microorganismos que mejoraba la vida de bacterias, hongos e insectos que rodean el sistema radicular de sus hortalizas y que promueve la resistencia y el crecimiento de la planta. La combinó con sus productos de siempre y los resultados no tardaron en llegar: “aumentó la salud y la producción de las plantas”, dice Santos, quien ahora produce tomates de exportación, además de pepinos y pimientos. El agricultor persiste en la idea de usar soluciones biológicas ante nuevos problemas: algunos de sus invernaderos sufren con nematodos, esos pequeños gusanillos que pueden ser letales para la raíz de las plantas. Ante eso, Santos está usando una fórmula basada en Paecilomyces lilacinus, un hongo que actúa paralizando los huevos y hembras del agente patógeno. “Hay que ir probando, porque son el futuro”, dice.
La historia de Santos se repite entre productores de aguacate, frambuesas y de otros productos que se han sumado al boom de la agroexportación: una buena parte de los agricultores que buscan llevar sus frutas y hortalizas a los mercados internacionales suman formulaciones biológicas, como las basadas en bacterias, hongos y otros microorganismos, para resolver los problemas que enfrentan en sus cultivos.
“Por cada peso que se gasta en biocontrol de plagas y enfermedades, se gastan tres pesos en nutrición y estimulación biológicos”.
Ignacio Simón, presidente de la Asociación Mexicana de Productores de Bioinsumos (AMPBIO)
La tendencia en México, no obstante, tiene una doble cara, en reflejo de sus dos grandes realidades agrícolas. En una predomina la agricultura extensiva de cereales como maíz, trigo, caña de azúcar, frijol y algodón que se enfocan en el mercado local. En la otra, prevalece un dinámico sector exportador de productos de mayor valor como paltas, tomates y berries. De hecho, las frutas y hortalizas explican la mayor parte de los casi US$24.000 millones en productos agrícolas exportados por México en 2021, según cifras de la firma de investigación de mercados FreshFruit Perú, con un alza de 10%. Son también las que explican la mayor parte del gasto de US$200 millones que DunhamTrimmer atribuye a productos biocontroladores en México en el año 2020 y que debieran cerrar la década en torno a los US$500 millones.
No obstante, esa es solo parte de la historia. Según Ignacio Simón, presidente de la Asociación Mexicana de Productores de Bioinsumos (AMPBIO), por cada peso que se gasta en biocontrol de plagas y enfermedades, se gastan tres pesos en nutrición y estimulación biológicos. “No tengo datos exactos, pero estamos viendo un crecimiento exponencial”, dice Simón. “Las más de 40 empresas asociadas a AMPBIO generamos aproximadamente más de 1500 empleos directos y más de 5000 empleos indirectos”, dice Simón.
El retraso en el maíz
La dinámica tendencia, no obstante, no incluye a los cultivos extensivos como el maíz, pese a su enorme potencial. México es el país donde se originó el maíz, cereal al que dedica siete millones de sus 22 millones de hectáreas agrícolas. No obstante, más del 40% de su consumo doméstico debe ser cubierto con importaciones. El país no da abasto con su producción por sus bajos niveles de tecnificación y que incluyen un mínimo uso de bioinsumos en sus cultivos. A diferencia de Brasil, donde la producción de soya ha sido clave para el desarrollo de la industria local de bioinsumos, el gran cultivo extensivo de México ha quedado al margen.
“Siempre va a haber por ahí algún productor de maíz, o va a haber algún productor de trigo con ideas de sustentabilidad aplicando productos de bajo impacto ambiental”, dice Óscar Cruz, director de desarrollo de mercado de la firma de bioinsumos Innovak Global, fundada hace 65 años y cuyas formulaciones de biológicos son distribuidas en 29 países. “Pero la realidad es que el 95% del mercado en ese tipo de cultivos extensivo no tiene ese objetivo y sistema de producción”.
Una excepción de uso de bioinsumos en el maíz lo conforman los menonitas, dice Ileana Velásquez, directora en la empresa de bioinsumos Biokrone. “Son productores que suman varios miles de hectáreas en el país y son importante usuarios de biofertilizantes”, dice Velázquez. “No obstante, no apuntan mucho al biocontrol, tal como ocurre en gran parte de México”.
Velázquez señala que, además de las dificultades que tiene el sistema de registro para biocontroladores en el país, hace falta un cambio cultural para que los bioinsectividas, biofungicidas y otros “cidas” biológicos empiecen a usarse de manera masiva en el campo. Dice que en México gusta mucho aún “eso de aplicar un producto y ver, ‘pum‘, como muere el insecto, cómo muere la plaga, de inmediato”, dice. “Pero no es así como funcionan los biocontroladores: los biológicos no son de acción inmediata, son más de control, lo que requiere una cultura de prevención, mucha prevención”.
De hecho, concide con AMPBIO de que el mercado de bioestimulantes y biofertilizantes es más grande que el de biocontroladores. Así lo da cuenta la experiencia de Biokrone que, además de México, tiene productos registrados en ocho países de América y el Caribe. “Nuestra demanda internacional, principalmente de mercados como Brasil, viene principalmente de biocontroladores, pero en México lo que más se venden son los bioestimualntes y biofertilizantes, bajo el concepto de biofortificantes”.
Los cultivos más avanzados y que impulsan un mercado de US$ 400 millones
Cruz explica que el desarrollo de los bioinsumos en México está vinculado principalmente a cultivos tecnificados de alto valor cuyo foco está en la exportación, partiendo por la palta, que sumó exportaciones de US$3.000 millones en 2021, los berries con otros US$3.000 millones y el tomate, con casi US$2.000 millones. “Estos son productos que van a mercados donde hay disposición a pagar por mayor calidad de procesos, y que permite una mayor inversión por kilo de producción”, dice Cruz. “Si bien tienen una participación menor en el área cultivada del país, el 95% de los productos biológicos en México se consumen en cultivos intensivos como frutales que apuntan al mercado internacional”.
En los últimos cinco años, dice Cruz, el mercado de los bionsumos en México se ha triplicado. Según sus propias estimaciones “puede ya estar sumando unos US $400 millones y mantiene tasas de 15%-20%”, dice Cruz. “Los biológicos están tomando rápidamente el mercado de las moléculas usadas en los agroquímicos tradicionales, las que se están dejando de usar por temas regulatorios o por demanda de los mercados”.
“Los biológicos están tomando rápidamente el mercado de las moléculas usadas en los agroquímicos tradicionales, las que se están dejando de usar por temas regulatorios o por demanda de los mercados”.
Óscar Cruz, director de desarrollo de mercado de la firma de bioinsumos Innovak Global
Ejemplo, algunos insecticidas pertenecientes a familias como organofosforados y carbamatos están siendo totalmente restringidos en su uso por su alta toxicidad e impacto en la salud humana. “En el mismo caso se encuentran también algunos herbicidas y fungicidas, y así podemos ir identificando cada año más restricciones en su uso y cada vez más regulaciones internacionales, como las certificadoras de producción para comercializar en los mercados que apuntamos”, dice.
Para Simón, de la AMPBIO, la tendencia de reemplazar a químicos con productos biológicos, así como la mayor importancia de la sustentabilidad en los campos, recibió el impulso reciente de los altos precios de los fertilizantes por los problemas del Covid y la guerra entre Rusia y Ucrania. “Fue un tema que nos favoreció como productores y que llevó también a que más gente que estaba haciendo cultivos en forma química ahora está queriendo incursionar en los procesos biológicos”, dice Simón.
Eso ha impulsado una dinámica actividad corporativa. Es el caso de Cosmocel, una firma basada en Monterrey, en el norte de México, dedicada a la producción de bioestimulantes especiales y productos de alta tecnología para la agricultura. Esta fue adquirida hace pocos meses por el grupo ibérico Rovensa.
Ver artículo “Rovensa extiende alcance global tras incorporar gigante de bioinsumos mexicano”
Una tendencia en la que también ha jugado un rol el Gobierno, que impulsó un programa de bioinsumos, con el objetivo de que las empresas agrícolas desarrollen sus propias formulaciones biológicas. “Pero lo que ha hecho principalmente es promover planes de ‘hágalo usted mismo’, que fomentan un trabajo muy artesanal, guiado por videos de YouTube”, dice Velázquez, de Biokrone.
“Micorrizas es el es el más popular de los biofortificantes que se comercializan en México, debido a un esfuerzo de promoción de un centro de investigación estatal”
Ignacio Simón, presidente de la Asociación Mexicana de Productores de Bioinsumos (AMPBIO)
No obstante, Velázquez explica que las micorrizas han alcanzado una alta popularidad justamente debido a un esfuerzo de una institución de investigación del Gobierno por promover su uso. “Este es el más popular de los biofortificantes que se comercializan en México”, dice la directora de Biokrone. “Le siguen los húmicos y fúrbicos, compostas y aminoácidos. Pero deja claro que la acción de promoción del Gobierno sigue siendo un factor clave”.