El mexicano Octavio Montañez está dando sus primeros pasos en la industria de aguacate, pero ya tiene claridad hacia dónde quiere apuntar su negocio. “Creo que este huerto no solo debe aprovechar la naturaleza para producir; también debe ser un aporte a la naturaleza que la rodea”, dice. Con ello, explica por qué se lanzó a conocer el mundo de los microorganismos, como bacterias y hongos, e insectos. Su plan es que estos convivan de manera equilibrada con sus primeros 300 árboles en el estado de Nayarit y usar estrategias con base en formulaciones biológicas para enfrentar plagas y enfermedades. “Hay que dejar atrás la agricultura convencional y la carga de químicos que implica; el suelo nos pide que nuestra agricultura no sea una colonización, sino que funcione de manera integrada con los microorganismos que son la base de la vida en la tierra”, dice.
El plan que presenta el joven agricultor es parte del cambio cultural que está llevando a México a transformarse en uno de los mercados más grandes y atractivos en productos biológicos para el campo en el mundo. El dinamismo del sector de frutas y hortalizas mexicanas, que lo han puesto a la cabeza de los rankings globales de estas exportaciones, ha ido acompañado en los últimos años por una alta tecnificación, que incluye el uso de bioinsumos, conocidos locamente como biorracionales, para reducir la carga química de los cultivos.
Los entrevistados para este artículo coinciden en señalar que buena parte de los agricultores mexicanos ya tienen la claridad de que los agroquímicos tradicionales no están resolviendo los nuevos problemas que enfrentan en sus campos: desafíos del cambio climático, las altas temperaturas y la salinidad del suelo, así como nuevos requerimientos del mercado en cuanto a sabor, color de fruta y otros. “Ha habido un cambio en la mentalidad, en la relevancia que se da a la sustentabilidad de las plantaciones, que es lo que ha impulsado el mercado”, dice Óscar Cruz, director de Desarrollo de Mercados en Innovak, una de las mayores firmas de biológicos del país. “Esto se vio acelerado por el alza de costos que vieron los fertilizantes en los últimos años”.
Si bien los precios de los fertilizantes están regresando a niveles normales, su alza temporal durante los últimos tres años fue un importante incentivo económico para la reconversión.
El precio garantizado que el Gobierno ofrece por maíz se ha duplicado en dólares en los últimos años. Eso ha impulsado que muchos productores tecnificados del norte busquen ampliar sus superficies y se volteen a mirar opciones biológicas: ya consideran algas, aminoácidos y otras opciones que ayuden a hacer más eficiente la toma de nutrientes por parte de las plantas
Óscar Cruz, de Innovak
“El alza de los costos logísticos internacionales por la pandemia y la explosión del precio de los fertilizantes por la guerra en Ucrania hizo que la industria hortofrutícola de México se lanzara a buscar alternativas biológicas”, dice la microbióloga de suelo Armenia Velázquez, quien es CEO y fundadora de la firma Abiosa. “Es por ello que el crecimiento ha estado especialmente concentrado en las soluciones que permiten a las plantas aprovechar de mejor manera los nutrientes del suelo y fortalecer las plantas, biofertilizantes y bioestimulantes, ya que hacen más eficientes los procesos de producción y reducen costos”.
Junto al cambio de la estructura de costos, muchos productores mexicanos han visto un debilitamiento del suelo, provocado por el uso excesivo de fertilizantes, así como de biocidas. Estos han afectado la diversidad de la flora microbiana, empujando de paso problemas de compactación, de salinidad y de cambios bruscos en el pH.
“Hay una nueva generación de ingenieros agrónomos que está cambiando ese enfoque y que están fomentando la tecnificación, especialmente en los campos dedicados a la exportación”, dice Elsa Guzmán, Jefe Comercial en Microalgas Oleas de México S.A. de C.V., firma que vende bioestimulantes para los cultivos basados en microalgas. “Muchos están tomando una estrategia agronómica más preventiva que reactiva, lo que favorece la utilización de productos biológicos”.
A eso se suman las regulaciones en mercados de destino que restringen el uso de moléculas químicas en el tratamiento de los cultivos. Solo en la Unión Europea se han prohibido 175 moléculas químicas para la producción agrícola que se consume en el bloque.
EL MAYOR EXPORTADOR HORTOFRUTÍCOLA DEL MUNDO
“Es un mercado que no tiene techo”, dice Blas Ríos, quien dirige la unidad de Coordinación Técnica Global en la firma de insumos agrícolas mexicana Cosmocel. “No hay montos precisos, pero es un mercado grande y está creciendo mucho”.
“No hay cifras exactas, pero el mercado mexicano de bioinsumos es el más grande de América Latina”, se aventura en señalar Mauricio Navarro, consultor especializado en tecnologías de bioestimulación y fundador del instituto de formación Bioestimulando Ando. “Es cierto que Brasil tiene muchas más hectáreas agrícolas que México, pero son en cultivos extensivos como la soya, que tienen un presupuesto por hectárea de apenas el 5% en la bioestimulación que, por ejemplo, se puede aplicar a un tomate de alto rendimiento”. Explica que los productores de soya brasileños pueden destinar un gasto de US$ 100 a US$ 150 para estimular crecimiento y resistencias en cada hectárea de cultivo, “y la mayor parte lo destinan a aplicar algunos microelementos que ni siquiera son considerados como estimulantes; sin embargo, si se va a los berries o a los aguacates, el presupuesto es diez o 15 veces mayor”.
No hay cifras exactas, pero el mercado mexicano de bioinsumos es el más grande de América Latina
Mauricio Navarro, de Bioestimulando Ando
En materia de bioestimulantes, los extractos de algas, principalmente Ascophyllum nodosum, son la formulación más utilizada en México. Le siguen los ácidos húmicos, los fúlvicos y los aminoácidos. Los basados en microorganismos son más nuevos, por lo que su participación es menor, pero crecen rápido, de acuerdo a las fuentes consultadas, los que podrían llegar a unos US$ 100 millones en ventas este 2023.
Los casi US$ 19.000 millones que México tuvo en exportaciones de frutas y hortalizas en 2022 reflejan un dinamismo que se da en pocas partes del mundo: es el doble de lo que tuvo en 2009. Con ese registro, además, logró superar por poco a España del primer lugar mundial en envíos hortofrutícolas, los que solo llegaron a US$ 18.397 millones el año pasado, debido a una adversa climatología que le implicó caer en 10% su volumen exportado.
Las cifras hortofrutícolas mexicanas son dominadas por los aguacates, con exportaciones que llegaron a US$ 3.550 millones, seguidos por tomate fresco o refrigerado, con US$ 2.676 millones. Los berries, por su parte, habrían llegado a US$ 2.300 millones, encabezados por frambuesas frescas, arándanos, fresas y zarzamoras. Todos los entrevistados mencionan estos tres cultivos, especialmente los ubicados en el norte del país, como los más relevantes en términos de inversión en productos de bioinsumos. A eso hay que incluir el agave, la codiciada planta suculenta a partir de la cual se produce el tequila y el mezcal, los que generaron exportaciones por US$ 4.357 millones el año pasado. “Donde más crece es en el agave para mezcal, pues su producción es principalmente orgánica”, dice Vladimir Benítez, Catedrático de la FCA, de la Universidad Autónoma del Estado de México.
No obstante, el desarrollo de los biológicos está lejos de limitarse a lo orgánico. “Muchos buscan apuntar con los productos biorracionales al mercado orgánico, pero no es ahí donde está el crecimiento”, dice Luis Popper, alto ejecutivo en la firma de agroinsumos PTI Ultraquimia. “El 85% de los cultivos en México son convencionales, donde es necesario combinar las distintas soluciones. No se trata de una lucha entre los productos químicos y los biológicos; se trata de hacer mejor agricultura”.
RODEANDO LOS US$ 1.000 MILLONES
Según datos del Servicio de Información Agroalimentaria y Pesquera (SIAP), en México hay 2,3 millones de hectáreas dedicadas a la producción de frutas y hortalizas, tanto para cultivos comerciales, como para huertos familiares y de autoconsumo. De ellas, unas 50.000 hectáreas son superficies bajo algún tipo de cubierta, como mallas (30.000 ha) e invernaderos (18.000 ha). “Los cultivos en invernaderos son los que más utilizan bioinsumos; es uno de los segmentos más rentables, porque el productor de invernadero está acostumbrado a trabajar con productos que tienen más valor que los químicos”, dice Enrique Galindo, investigador titular en el Instituto de Biotecnología de la UNAM y Director de la empresa Agro&Biotecnia, la cual formula un biofungicida llamado Fungifree, basado en una cepa de Bacillus que también promueve el crecimiento vegetal.
Varias fuentes consultadas relacionadas a empresas señalan que el mercado de biológicos en México está cerca o ya supera los US$ 1.000 millones. “Solo el mercado de bioestimulantes está por sobre los US$ 800 millones en México”, dice Óscar Cruz, de Innovak. “Considerando los productos antagónicos, como biopesticidas o bioplaguicidas, como extractos, feromonas o microbiales, podemos estar por sobre los US$ 1.000 millones en el país”.
El crecimiento ha estado concentrado en las soluciones que permiten a las plantas aprovechar de mejor manera los nutrientes del suelo y fortalecer las plantas, biofertilizantes y bioestimulantes, ya que hacen más eficiente los procesos de producción y reducen costos
Armenia Velázquez, de Abiosa
“Es un mercado inmenso, es más grande de lo que parece, con varias compañías que ya son antiguas en este campo que facturan por sobre los US $100 millones”, dice Glen Márquez Campuzano, director general de la firma comercializadora y productora de biológicos Bioinnova. “Nosotros partimos hace diez años y ya facturamos US $10 millones, con tasas de crecimiento de 30% anual”.
Elsa Guzmán, de Microalgas Olea, da una estimación total del mercado por sobre los US $1.000 millones, con un crecimiento de 10% anual. “Es un mercado bastante grande y muy dinámico, pero eso no significa que sea fácil: hay mucha competencia entre las empresas, y hay amplios segmentos de productores con los que hay que trabajar mucho para que se decidan a probar los productos”.
Armenia Velásquez, de Abiosa, dice que el crecimiento ha estado enfocado en las soluciones que ayudan a reducir los costos en cultivos tecnificados, como ocurre en el norte mexicano. “No creo que supere aún los US$ 1.000 millones, pero debe estar cerca”, dice. “La mayor parte es bioestimulación y biofertilización, y no tanto biocontrol, que si bien son soluciones efectivas, no afectan la estructura de costos de las empresas”.
Navarro, de Bioestimulando Ando, no da una estimación del mercado, pero dice que no es casualidad que todas las grandes empresas del mundo de los biológicos quieran operar en México. “De hecho, las empresas europeas grandes de bioestimulación venden más en México que en sus propios países”, dice. Señala además que mucho del crecimiento del mercado se da de manera clandestina. “En México no se puede quitar una hectárea de bosque para plantar aguacates, por lo que se hace de manera silenciosa, lo que hace muy difícil registrar las ventas y las superficies”, indica.
De todos modos, hay obstáculos domésticos. “El principal enemigo de la industria de los biológicos son los productos biológicos artesanales”, dice Galindo. “Muchos de los agricultores que han probado con productos artesanales nos dicen que los biológicos no funcionan, o que son muy irregulares, porque no tienen ningún control de calidad en su producción, o porque los usan para objetivos distintos para lo que fueron formulados, generando problemas en toda la categoría”.
LA TAREA PENDIENTE CON EL MAÍZ
No obstante, considerando que en México la superficie agrícola de la que hubo cosechas en 2022 llegó a los 20,2 millones de hectáreas, hay una buena parte de la superficie agrícola mexicana que está quedando fuera de esa tendencia. Se trata de los cultivos extensivos, de los cuales el maíz se lleva la mayor parte: en México hay cerca de 7,5 millones de hectáreas dedicadas al maíz blanco y amarillo.
Muchos buscan apuntar con los productos biorracionales al mercado orgánico, pero no es ahí donde está el crecimiento. El 85% de los cultivos en México son convencionales, donde es necesario combinar las distintas soluciones. No se trata de una lucha entre los productos químicos y los biológicos; se trata de hacer mejor agricultura
Luis Popper, alto ejecutivo en PTI Ultraquimia
Y buena parte de esa tremenda superficie sufre una caída en los rendimientos. Según la publicación Expectativas Agroalimentarias 2023, la producción de granos tuvo un retroceso de 1,2% durante 2022. La mayor caída fue justamente el maíz, señala el informe emitido por el Servicio de Información Agroalimentaria y Pesquera (SIAP) de México.
El desafío es que abordar estas hectáreas con biotecnología implica encontrar soluciones con costos ajustados a un negocio que tiene menores márgenes y con un discurso comercial que no siempre encuentra oídos dispuestos.
Buena parte del maíz que se produce en el sur del país se da en un contexto de pequeños campos familiares, enfocados al autoconsumo o a las unidades colectivas que se conocen como ejidos, que reciben apoyos estatales para subsistir. Utilizan variedades conocidas como criollas, que han estado con la cultura mexicana durante cientos de años, pese a sus menores rendimientos. En el norte, en cambio, la producción mexicana es más tecnificada, con base en híbridos, y con aplicaciones de insumos más sofisticadas.
“Del total de hectáreas con maíz que hay en México, nosotros vemos que solo hay 1,5 millones o 2 millones que tienen sistemas de riego y que están tecnificadas”, dice Cruz, de Innovak. “Buena parte de ellas, unas 800.000 ha, están concentradas en Sinaloa”.
En estos casos, el uso de soluciones biológicas sigue siendo muy básico: “lo que más utilizan son mejoradores de suelo, basados en ácidos húmicos y/o fúlvicos, y algas”, dice Benítez, de la Universidad Autónoma del Estado de México. “Además, en la parte foliar, se hacen un par de aplicaciones buscando controlar el gusano cogollero o Spodoptera, y eso es todo”.
El maíz ha sido un terreno difícil de abordar para la industria mexicana de biológicos. Lo vio Obed Mayoral, quien hace una década creó su empresa de biotecnología Agribest con el objetivo de crear fórmulas de bionutrición y bioprotección para el campo. “Vimos que había apoyos gubernamentales para que los productores de maíz accedieran a tecnologías de producción”, recuerda el CEO y fundador de la compañía, que inició su proyecto con inoculantes de semillas para el maíz y otros cultivos extensivos. “Pero no tardamos mucho en darnos cuenta de que el mercado no iba por ahí, sino que en los cultivos de mayor valor, donde hay más conciencia de la inocuidad, de la calidad y de la rentabilidad”. De esta manera, buena parte del crecimiento de Agribest en la provisión de biológicos agrícolas ha sido apuntando a los cultivos de exportación, aunque mantiene un pie en los cultivos extensivos.
De todos modos, varias empresas y proyectos buscan penetrar en el mercado de maíz con biosoluciones. La distribuidora FMC, por ejemplo, está impulsando la venta de feromonas como mecanismo de control de plagas en cultivos extensivos como el maíz. El gigante Syngenta, por su parte, está buscando comercializar bioestimulantes en el mundo del maíz mexicano. La firma Corteva, tras adquirir la española Symborg, espera llegar al maíz con BlueN, un fijador de nitrógeno biológico, diseñado para el maíz y otros cultivos extensivos.
“No son prácticas extendidas, pero han empezado a surgir avances en el uso de microorganismos en el cultivo del maíz”, dice el Dr. Víctor Olalde, profesor investigador en Centro de Investigación y de Estudios Avanzados (Cinvestav), con sede en Irapuato, Guanajuato. “En el módulo de Cinvestav de Guanajuato hemos implementado el uso de micorrizas y de algunas bacterias promotoras de crecimiento. Estas se pueden inocular en la semilla, mientras que los hongos micorrízicos se aplican junto al fertilizante base, en el primer riego de auxilio”.
Vimos que había apoyos gubernamentales para que los productores de maíz accedieran a tecnologías de producción. Pero no tardamos mucho en darnos cuenta de que el mercado no iba por ahí, sino que en los cultivos de mayor valor, donde hay más conciencia en inocuidad, de la calidad y de la rentabilidad
Obed Mayoral, de Agribest
A esto se suma el esfuerzo que hace el Gobierno al impulsar las Juntas Locales de Sanidad Vegetal, que formulan Trichoderma, Beauveria y Micorrizos a bajo costo para ser aplicados en cultivos como el maíz.
“En los grandes productores de maíz del norte, que tienen alta tecnificación, sí hay interés en las soluciones biológicas, pero hay un tema de margen que aún no les cuadra”, dice Velázquez, de Abiosa. “El precio del maíz en México es bajo, por lo que aún no se puede asumir a gran escala la inversión inicial que implica hacer las pruebas para cambiar estos insumos”.
Pero el contexto podría cambiar. “El precio garantizado que el Gobierno ofrece por maíz se ha duplicado en dólares en los últimos años, es mucho mejor que antes”, dice Cruz, de Innovak. “Eso ha impulsado que muchos productores tecnificados del norte busquen ampliar sus superficies y se estén volteando para mirar las opciones biológicas: ya consideran algas, aminoácidos y otras opciones que ayuden a hacer más eficiente la toma de nutrientes por parte de las plantas. Vemos que el mercado de bioestimulantes para extensivos tiene una gran oportunidad”.
Se trata de un mercado difícil, pero de recompensa atractiva. “El que logre entrar al mercado del maíz obviamente va a entrar a un mercado muy importante en México”, dice Galindo, de la UNAM.
Además del maíz, Jaime Bravo, doctor en Biotecnología Vegetal y responsable de un laboratorio de microorganismos para la elaboración de bioinsumos en Nayarit, señala que hay una parte del mercado mexicano que aún falta por desarrollar. “Creo que aún falta mirar toda la diversidad microbiana nativa que hay en el país y de ahí formular”, dice. “Hay muy buenas posibilidades ahí”.
El de los biológicos en México es un mercado inmenso; es más grande de lo que parece, con varias compañías que ya son antiguas en este campo y que facturan por sobre los US $100 millones
Glen Márquez Campuzano, director general de Bioinnova
De todos modos, con o sin maíz, se esperan tendencias que seguirán empujando el uso de estas soluciones. “El mercado de antagónicos, de los biopesticidas, va a crecer mucho en lo que viene”, dice Cruz, de Innovak.
Algo en lo que coincide Mauricio Navarro, de Bioestimulando Ando, quien señala que en México, los segmentos de bioestimulantes suman más en ventas que biocontrol, pero la tendencia favorece a estos últimos. “Los bioestimulantes ya están posicionados. Pero las nuevas regulaciones, las tendencias, favorecen al biocontrol”, dice. Se refiere, por ejemplo, a una noción que permanece en el Congreso del Estado para sacar casi el 80% de las moléculas de pesticidas que hoy están autorizados en el país, los que suman más de 3.000 ingredientes activos. “Si esto llega a suceder, aunque sea de manera gradual, el mercado de orgánicos y biológicos para control de plagas y enfermedades va a sufrir un crecimiento súper exponencial, porque no va a haber herramientas químicas tóxicas para esto”, adelanta. “No será el marketing, ni el avance científico: este factor regulatorio será el gran factor detonante del crecimiento en lo que viene”.