Sin planificarlo, el sociólogo francés Frédéric Goulet se ha transformado en uno de los principales estudiosos de la innovación de la industria biológica en América Latina. Ha sido su campo de investigación en la mayor parte del tiempo que ha pasado en la región desde su arribo a Argentina en 2013. En un programa de colaboración de su empleador, el reconocido centro de investigación agrícola francés CIRAD, llegó al INTA argentino justo cuando se proponía a nivel gubernamental un plan para promocionar el uso de bioinsumos, con la creación de un Comité Asesor, conocido como CABUA.
Luego se mudó a Brasil, en 2018, para apoyar a la Universidad Federal Rural de Río de Janeiro, pocos meses antes de que el país impulsara el Programa Nacional de Bioinsumos. “Fue una casualidad haber estado en el lanzamiento de esas dos políticas públicas claves para el desarrollo de este sector en América Latina”, dice. “Se trata de un área que estaba vinculada con el área de investigación que había llevado a cabo en Francia para obtener mi doctorado hace 15 años; como vi que se estaba moviendo el tema, me lancé a hacer entrevistas con gente de los ministerios, de las agencias, de las empresas, para informarme y conocer cómo la política pública impulsaba este nuevo sector”.
A fines de 2022, Goulet se mudó a México para apoyar al Centro Internacional de Mejoramiento de Maíz y Trigo (CIMMYT), donde es uno de los especialistas en el área de innovaciones en bioinsumos. Desde esa posición, el investigador conversa con BiologicalsLatam sobre las peculiaridades del sistema de innovación que ha generado América Latina en torno a los bioinsumos agrícolas y del impacto que diferentes regulaciones e incentivos públicos tienen en el desarrollo industrial.
-¿Cómo es que un sociólogo francés llega a América Latina a investigar sobre el desarrollo de bioinsumos, sin ser biólogo ni agrónomo?
– Mi campo de estudio en Francia eran los temas de innovación: cómo los distintos actores se relacionan para impulsar procesos de innovación industrial. Por ejemplo, cómo los investigadores, las empresas y los productores agrícolas interactúan para llevar adelante la masificación de nuevas tecnologías, a partir de lo cual se pueden hacer recomendaciones de políticas públicas. Lo partí haciendo en el campo de Francia con la llegada de la siembra directa, un proceso que cambió de manera muy importante la agricultura de mi país. Lo normal sería decir que el conocimiento que impulsó esta nueva agricultura en Francia venía de centros de investigación o de los planes de promoción del Gobierno. Pero no fue así: en Francia no había nadie que supiera de siembra directa.
El sociólogo francés Frédéric Goulet busca aplicar su investigación sobre bioinsumos en el maíz mexicano.
-¿Cómo se llevó a cabo en Francia esa innovación industrial, entonces?
– Gracias al trabajo de las firmas que vendían las sembradoras para siembra directa. La empresa brasileña que importaba las máquinas de Brasil o Argentina; ella contrataba y formaba recursos humanos para impulsar su uso. Es un fenómeno que también vimos en empresas que vendían fertilizantes alternativos para dinamizar la actividad biológica del suelo. Los que hablaban de esas cosas en ese momento eran las empresas de insumos. Ahí empezó a interesarme el papel que tienen esas empresas como actores de cambio de prácticas agrícolas, porque más allá de vender tecnologías, son actores que realmente capacitan al productor y son motores en la difusión de nuevas prácticas. Impulsan la innovación.
-¿Cuál ha sido la política pública latinoamericana más destacada para la promoción en el ámbito de los bioinsumos?
– Justamente, el concepto mismo de bioinsumos. Se trata de una categoría nueva que se creó acá en la región y que permite el desarrollo de políticas públicas más generales. Eso no se dio ni en Europa ni en Estados Unidos. Las regulaciones ahí apuntan principalmente al ámbito del biocontrol y han tardado en sumar nuevas definiciones como bioestimulantes y biofertilizantes. El gran aporte global de América Latina ha sido el concepto de bioinsumos. Fue aquí donde se comenzó a usar en la industria y en las regulaciones. Se trata de una definición de política pública que no es neutra, que tiene impactos concretos.
-¿Por qué en América Latina se extendió el concepto de bioinsumos a diferencia del otras regiones?
– Hace 20 o 30 años era impensado poner fertilizantes y pesticidas en una misma categoría. Son dos tecnologías demasiado distintas, no tienen nada que ver una con la otra. Las empresas que las producen no son las mismas, sus fabricaciones son totalmente diferentes, así como lo que es necesario saber para su uso. No obstante, el giro microbiológico de los insumos agrícolas fue el que hizo posible que entraran en una sola categoría. Las nuevas empresas biotecnológicas que trabajaban con microorganismos empezaron a desarrollar tecnología para distintos usos agrícolas, como estimulación y protección, con una ciencia enfocada en ello y creando una categoría que luego se extendió a las políticas públicas. La palabra se generalizó en la región: Argentina, Brasil, México y Colombia la usan. También, entre organizaciones como la FAO, el BID o el ICA, y que buscan crear espacios regionales de políticas públicas sobre bioinsumos.
-¿Cuál es el efecto concreto de que sea así?
– Que el alcance de las políticas públicas es más amplio. Se trata de técnicas que inicialmente eran manejadas por agriculturas alternativas, como la orgánica o la agroecológica. Con la definición de bioinsumo se prioriza la tecnología y la industria biológica, para que apunte más allá: para que sean el modelo dominante. Podría haber sido diferente: estos esfuerzos podrían haber sido colocados en la división de agricultura familiar, en la división de agroecología, etc. Pero no: al definir bioinsumos es porque se busca generar un modelo agroindustrial amplio.
-Vamos a Brasil, donde el negocio biológico ha alcanzado escala mundial, no solo por el gran tamaño de su sector agrícola, sino por la gran penetración de las soluciones biológicas. ¿Cuál ha sido el factor determinante en el desarrollo de esta industria en Brasil?
– En Brasil ha habido un factor que ha sido determinante que es realmente loco, realmente único en el mundo: se trata del desarrollo de soluciones biológicas fabricadas por los mismos campos. El desarrollo on-farm, o también conocido como biofábricas. Estamos hablando de algo que tomó proporciones absolutamente sorprendentes y que están desbordando tanto a la política pública, como al sector científico y académico. No son solo grandes productores agrícolas que invierten en unidades de producción para la multiplicación de microorganismos. Hay todo un nuevo grupo de empresas que se dedican a proveer el equipamiento y el know-how para que el productor se lance a producir bioinsumos on-farm. Es un nuevo sector industrial.
-Es un nuevo proveedor no tradicional de bioinsumos…
– Así es. Uno podría pensar que la producción on-farm quiere decir que lo hago yo mismo y que me emancipo de quien me vende insumos. Pero la naturaleza humana no es así. En todo se puede armar un negocio y en esto ha surgido una industria. Empresas que tuvieron la idea de entrar al negocio diciendo: ‘yo te acompaño para que tú lo hagas solo, al 30% del precio que lo comprabas en el mercado; todo hecho y listo para aplicar’. Es algo que resultó ser muy bien pensado. Quienes tuvieron la intuición de ver este negocio, como Solubio y Agrobiológica, construyeron algo único y muy grande.
-La industria comercial de bioinsumos usualmente critica estos desarrollos on-farm, por no tener estándares de calidad ni en el proceso, ni en el producto ni en la aplicación…
– Sí, es una crítica que sigue, pero que las empresas han ido enfrentando con inversiones tecnológicas y humanas. Solubio, por ejemplo, contrató a Rose Monnerat, quien fue investigadora del Programa Nacional de Control Biológico de Embrapa durante 35 años. Ahora es la directora de investigación de Solubio. Muchas de estas empresas están contratando a muy buenos científicos del área biológica de Brasil para promover el modelo de biofábricas a gran escala. Esa división y nueva especialización de la industria es un tema muy rico para estudiar para un sociólogo de la innovación.
-¿Cuál fue la gran regulación que permitió el desarrollo de esta industria de los bioinsumos on-farm?
– La gran decisión desde las políticas públicas es que no la ha habido. No hay una decisión regulatoria. Esto apareció justamente por el espacio que dejó la regulación. Ha habido un importante debate legislativo en este tema: sobre el nivel de fiscalización que debe tener; sobre los microrganismos que se pueden producir, etc. Este fue un debate que estuvo en lo más alto de la política brasileña porque muchas altas autoridades participan de una u otra manera en el sector. El exministro de Agricultura de Michel Temer, Blairo Maggi, un importante empresario de la soja, tiene una biofábrica. Además, está la Bancada Ruralista, los diputados que son pro agro y que suman la mitad del Congreso. Cuando el campo pide que liberen esas tecnologías, el Parlamento lo apoya. No es un tema cerrado. La propuesta del Gobierno de Bolsonaro era dejarlo todo libre. Pero ahora hay propuestas para regular y restringir su ámbito de acción.
-Vamos a México, donde estás trabajando actualmente. ¿Cómo describes la política pública en torno a los bioinsumos en ese país?
– México es muy diferente al resto de América Latina, de lo que se ve en América del Sur. En el caso de la política de bioinsumos, hay un esfuerzo desde el Gobierno que busca desarrollar el uso de insumos biológicos de manera muy importante, aunque de una manera muy peculiar. La política de México apunta al pequeño productor para que, principalmente, busque desarrollar biofábricas propias. O sea, apoyar a los pequeños productores, grupos comunitarios y cooperativas para que estén en condición de armar sus propias formulaciones con base en microorganismos. Se trata de una política pública que busca actuar por fuera de la industria establecida con vocación comercial. Es una vocación distinta a la que se ha dado en Brasil, Argentina o incluso Colombia.
-¿Posiblemente están buscando cubrir una brecha que tiene el productor usualmente pequeño que produce para el mercado interno? En México, hay un sector hortofrutícola sofisticado en el uso de bioinsumos y grandes empresas de larga tradición en el área.
– Aún me estoy familiarizando con el paisaje industrial de bioinsumos en México. A diferencia de otros países, la Asociación Mexicana de Empresas de Bioinsumos reúne una porción limitada de los actores nacionales. Es un sector muy atomizado y que queda bastante distante de lo que propone la política pública, porque la política pública dice ‘le voy para al productor chiquitito para que crezca, pero no voy a apoyar al sector industrial’. Así es como funcionan los dos programas en el área: Producción para el bienestar y Sembrando vida. Ambos son consistentes con las ideas que impulsa el Gobierno actual. Sus fondos se utilizan principalmente para pagar servicios de extensión: para pagar técnicos que van actuando en las comunidades rurales apoyando esto.
Que exista una política pública no significa que esté cambiando el mundo; se puede discutir si realmente sirve o si tiene efectos. Pero por lo menos tiene el mérito de existir
-¿Está funcionando?
– Lo que pasa es que no existe tanto profesional independiente en México que pueda hacer asesorías en materia de microorganismos. Es un tema que recién está surgiendo en las facultades de Agronomía. Profesionales realmente formados con el tema, son muy pocos; menos son aún los que están capacitados para capacitar. En cambio, sí los hay en la empresa privada, que se puede dar más el lujo de hacerlo porque va contratando al ingeniero en microbiología, le da un buen sueldo, pero es otro tema, es otro canal, que queda fuera de la política pública.
-¿Y qué sucede en Colombia?
– Es algo que estamos recién empezando a investigar con colegas del Cimmyt y de Colombia. Vamos a empezar a hacer un diagnóstico nacional de lo que es el ecosistema de bioinsumos. Agrosavia tiene buena trayectoria de investigación sobre el tema. Para mí, el paisaje industrial se me hace bastante parecido al de México, bastante disperso. Colombia lanzó el año pasado, recién hace poco, un programa nacional que se llama Consumo Bioinsumo que va más a la parte de apoyar la adquisición por los productores.
-¿Similar al de México?
– Sí, pero, por lo que entiendo, sin apuntar a la biofábrica: la iniciativa colombiana busca comprar el producto desde el desarrollo comercial de este. Tiene, por tanto, un efecto de más impulso industrial. Como ves, el de bioinsumos en América Latina es un lugar muy actual e interesante para entender como se relacionan los actores que impactan en un desarrollo industrial y cómo esto se transforma en innovación.
-En términos generales, ¿crees que la política pública ha sido un apoyo o un obstáculo para la innovación en el sector de los bioinsumos?
– Podemos decir que, como ocurre usualmente, llega por detrás. O sea, la innovación no nace de la política pública. Es lo normal: el Estado se adapta a cosas que van surgiendo de la sociedad. Aquí se dieron cuenta de que había un frente innovador, que había avances científicos, avances industriales, necesidad por pedidos de la sociedad, de los productores, de generar alternativas. Lo que me parece bien es que en general, América Latina fue pionera en tomar la temática de los bioinsumos como un ámbito más amplio. El que exista una política pública no significa que esté cambiando el mundo. Se puede discutir si realmente sirve, si tiene efectos, si funciona. Pero, por lo menos, tiene el mérito de existir.